Recuerdo dos partes de mi adolescencia, una más o menos feliz y otra realmente terrible, en la segunda parte nada era seguro, cada día era una lucha, no sabía dónde iba a comer, no sabía si iba a comer, no sabía dónde iba a dormir... inseguridad, soledad, un desamparo que podías tocar, frío, despiadado, cruel... Ahora recuerdo con más cariño la segunda parte, esa parte dura, esa parte que me hace valorar cada bocado, que me hace valorar las paredes que me protegen del frío, que me hacen adorar a mi familia... Resulta curioso ¿verdad? cuando nada es seguro, todo es posible.