En la plaza de Atenas, bajo un cálido sol, Diógenes se encontraba sentado en un rincón, disfrutando de un modesto plato de lentejas. Su túnica raída y su barba desaliñada lo delataban como un hombre que había renunciado a las comodidades de la vida. En ese momento, se acercó otro filósofo, un hombre de aspecto más refinado y con una mirada escrutadora. Observó a Diógenes con cierto desdén y dijo: “Diógenes, ¿no crees que sería más sabio aprender a adular al rey? Si lo hicieras, podrías disfrutar de banquetes opulentos y vivir sin preocupaciones. No tendrías que conformarte con estas humildes lentejas”. Diógenes levantó la vista, sus ojos brillando con una chispa de ironía. “Ah, mi estimado amigo, ¿no ves la ironía en tus palabras? Si hubieras aprendido a comer lentejas como yo, no tendrías que adular al rey. Las lentejas son un alimento sencillo pero nutritivo. No requieren adulación ni sumisión. Son la esencia misma de la supervivencia. En cambio, aquellos que se inclinan ante el pode