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Tomo la responsa­bilidad y haré todo según lo sienta en mi corazón, en mi ser



Querido Osho

Dijiste la otra mañana que al niño se le obliga a ser obediente. Ese niño aún está presente en mi caso: detesto que me digan lo que tengo que hacer. En cierto sentido esto debería ser un problema para la otra per­sona; sin embargo, insisto en hacer de ello mi problema porque reac­ciono con ira, con resentimiento y necesito justificarme a mí mismo. Está claro que los que mandan, a su vez, detestan ser mandados. Parece como si todos estuviéramos atrapados en una misma red intrincada, representando papeles diferentes en distintos momentos. Como adulto, ¿cómo puedo convertir la reacción en respuesta y res­ponsabilidad?
Lo primero que hay que entender muy claramente es a qué me refie­ro cuando hablo de desobediencia. No es el mismo concepto de desobediencia que encontrarás en el diccionario. Mi idea de desobediencia no es detestar que te digan lo que tienes que hacer o hacer justo lo contrario en reacción.

La obediencia no requiere inteligencia.
Todas las máquinas son obedientes; nadie ha oído nunca hablar de una máquina desobediente. La obediencia también es algo simple. Te descarga de cualquier responsabilidad. No hace falta reaccionar, basta con hacer lo que se te dice. La responsabilidad pertenece a la persona que da la orden. De alguna forma eres muy libre: no puedes ser conde­nado por tu acto.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en los juicios de Nurem­berg, muchos de los altos cargos de Hitler simplemente dijeron que ellos no eran los responsables y que no se sentían culpables. Simplemente habían sido obedientes: habían hecho lo que se les dijo, y lo habían hecho con toda la eficacia de que eran capaces...
Obedecer es simple; desobedecer requiere un nivel de inteligencia un poco más alto. Cualquier idiota puede ser obediente; de hecho, sólo los idiotas pueden serlo. La persona inteligente está obligada a preguntar por qué: «¿Por qué habría de hacerlo?». Y a decir: «A menos que conozca las causas y las consecuencias, no voy a participar en ello». En este caso se está haciendo responsable.
La responsabilidad no es un juego. Es una de las formas más autén­ticas de vivir --aunque también de las más peligrosas--; pero no impli­ca desobedecer por desobedecer. Eso sería ser idiota...
Para mí la desobediencia es una gran revolución.
No significa decir un no absoluto a cada situación. Simplemente significa decidir entre hacer algo o no hacerlo, decidir si va a ser benefi­cioso para ti o no. Significa asumir cierta responsabilidad sobre uno mismo. No se trata de detestar a la persona o de detestar las órdenes, porque en ese odio no puedes ser obediente ni desobediente; estás actuando muy inconscientemente. No puedes actuar inteligentemente.
Cuando se te dice que hagas algo, se te da la oportunidad de res­ponder. Quizá lo que se te dice esté bien, en tal caso hazlo y agrádesele a esa persona que te lo haya dicho en el momento adecuado. Quizá no esté bien, entonces aclara la situación. Expresa las razones por las que no está bien y después ayuda a esa persona: su pensamiento está siguien­do un camino equivocado. En cualquier caso no hay ningún lugar para el odio.
Si está bien, hazlo amorosamente.
Si no está bien, entonces se necesita aún más amor porque tendrás que decírselo a la persona, explicarle por qué- no está bien.
El camino de la desobediencia no consiste en estancarse, en ir en contra de todas las órdenes sintiendo ira, odio y revanchismo contra esa persona. El camino de la desobediencia es un camino de gran inteligencia.
Por eso, en último término, no se trata de obediencia o desobe­diencia. Si la cuestión se reduce al hecho básico, simplemente se trata que una cuestión de inteligencia: compórtate de manera inteligente. Unas veces tendrás que obedecer y otras tendrás que decir: “Lo siento, no puedo hacerlo”. Pero no es una cuestión de odio, no es una cuestión de revancha, de ira. Si surgen el odio, la ira o el revanchismo, eso significa que lo que se te está diciendo es justo, pero obedecerlo contradice tu ego, hiere tu ego. Y ese dolor brota como odio, como ira.
Pero en ese momento no es tu ego lo que está en cuestión, sino el acto que tienes que hacer; y tienes que usar toda tu inteligencia para des­cifrarlo. Si es correcto, sé obediente; si está equivocado, sé desobedien­te. Pero sin conflicto, sin sentirte herido.
Si obedeces es más fácil porque no tienes que explicar nada a nadie. Pero si no vas a obedecer entonces debes una explicación. Y quizá tu explicación no sea correcta. Entonces tienes que volverte atrás, tienes que hacerlo.
El ser humano debe vivir inteligentemente, eso es todo. Entonces cualquier cosa que haga es su responsabilidad...
Así es como el ser humano ha vivido hasta ahora, y por eso digo que la obediencia es uno de los mayores delitos, porque todos los delitos nacen de ella. Te priva de la inteligencia, de la capacidad de decisión, te priva de responsabilidad. Te destruye como individuo. Te convierte en un robot.
Por eso defiendo la desobediencia. Pero la desobediencia no es sólo ir en contra de la obediencia. La desobediencia está por encima de la obediencia y de lo que llaman desobediencia en los diccionarios. Desobedecer es únicamente afirmar tu inteligencia: «Tomo la responsa­bilidad y haré todo según lo sienta en mi corazón, en mi ser. No haré nada que vaya en contra de mi inteligencia».
Toda mi vida, desde la infancia hasta la universidad, fui condenado por ser desobediente. E insistía: «No soy desobediente. Simplemente estoy tratando de averiguar por mí mismo, con mi propia inteligencia, lo que está bien, lo que debe hacerse, y asumo toda la responsabilidad por ello. Si algo va mal, es culpa mía. No quiero condenar a nadie porque me haya dicho lo que tengo que hacer».
Pero fue muy difícil para mis padres, para mis maestros de escuela, para mis profesores universitarios. En mi escuela era obligatorio llevar gorra y yo entré a la escuela sin gorra. El maestro me dijo inmediata­mente: «¿Eres o no eres consciente de que la gorra es obligatoria?».
Yo dije; «Algo como llevar la gorra no puede ser obligatorio. ¿Cómo puede ser obligatorio ponerte algo en la cabeza o no ponértelo? La cabeza es obligatoria, pero la gorra no. Y yo he venido con la cabe­za; quizá tu hayas venido sólo con la gorra».
Él dijo: «Pareces un tipo raro. En el código de conducta escolar está escrito que ningún estudiante puede entrar en la escuela sin gorra».
Yo respondí: «Entonces hay que cambiar el código. Está escrito por seres humanos, no por Dios; y los seres humanos comenten errores».
El profesor no podía creérselo. Dijo: «¿Qué problema tienes? ¿No puedes simplemente ponerte una gorra?».
Yo dije: «El problema no es la gorra; quiero averiguar por qué es obligatoria, cuáles son las razones, los resultados. Si no eres capaz de..., puedes llevarme al director y lo discutimos». Y tuvo que llevarme al director.
En India, los bengalíes son la gente más inteligente; no usan gorras. Y los punjabis que son los menos inteligentes, los más simples, usan tur­bantes. Por eso le dije al director: «Observe la situación: los bengalíes no usan gorra y son los más inteligentes del país, y los punjabis no sólo usan gorra sino un turbante muy ajustado, y son los menos inteligentes. Tiene algo que ver con la inteligencia. Preferiría no correr el riesgo».
El director me escuchó y dijo: «Este chico es testarudo, pero lo que dice tiene sentido. Nunca lo había pensado, es verdad. Podemos hacer que esta regla no sea obligatoria. El que quiera llevar gorra puede lle­varla; y el que no quiera llevarla, no tiene por qué hacerlo; porque esto no tiene nada que ver con aprender o con enseñar».
El profesor no podía creérselo. Mientras volvíamos a clase me dijo: «¿Qué has hecho?».
Y yo le dije: «No he hecho nada, simplemente he explicado la situa­ción. No estoy enfadado y estoy perfectamente dispuesto a llevar gorra. Si sientes que ayuda a la inteligencia, ¿por qué llevar sólo una? ¡Puedo llevar dos, tres, una sobre otra, siempre que favorezcan la inteligencia...! No estoy enfadado. Pero tienes que probarlo».
El profesor me dijo, aún recuerdo sus palabras: «Tendrás proble­mas toda tu vida. No encajarás en ninguna parte».
Yo dije: «Eso está perfectamente bien, no quiero ser un idiota que encaje en todas partes. Prefiero ser un "inadaptado" pero ser inteligen­te. Y he venido a la escuela para hacerme más inteligente ¡para poder ser un inadaptado inteligente! . Por favor no vuelvas a intentar anular mi individualidad y convertirme en un engranaje de la maquinaria». Y a partir del día siguiente las gorras desaparecieron; él fue el único que trajo la gorra puesta.
Y mirando a la clase y a la escuela..., como se había aprobado la nueva norma y las gorras ya no eran obligatorias, todos los demás pro­fesores, e incluso el director, habían venido sin gorras. Él parecía un idiota. Le dije: «Todavía estás a tiempo. Aún puedes quitártela y poner­la en el bolsillo». ¡Y lo hizo! .
Me dijo: «Está bien. Si todo el mundo está en contra de la gorra...; yo simplemente obedecía la norma».
Yo le dije: «La norma la hacemos nosotros. Podemos cambiarla, sin ira. ¿No podemos discutir de todas las cosas con inteligencia?».
Por eso recuerda, cuando hablo de desobediencia no estoy dicien­do que se reemplace la obediencia por desobediencia. Eso no te haría mejor. Sólo uso la palabra desobediencia para dejarte claro que depen­de de ti, que tú tienes que ser el factor decisivo en todas las acciones de tu vida. Y eso da una fuerza tremenda porque, hagas lo que hagas, lo haces por una razón...
Simplemente vive con inteligencia.
Si se te dice algo, decide si es correcto o equivocado, entonces pue­des evitar todos los sentimientos de culpabilidad. A menos que tomes tu propia decisión, cuando no hagas lo que se te diga te sentirás culpable, y cuando lo hagas también. Si haces lo que se te dice sentirás que estás siendo obediente, servil, que no te estás afirmando, que no estás siendo tú mismo. Y si no lo haces, entonces también te sentirás culpable; quizá era lo que había que hacer y no lo estás haciendo.
Toda esta torpeza no es necesaria. Basta con ser simple. Si se te dice algo, responde inteligentemente. Y decida lo que decida tu inteligencia, hazlo sabiendo que tú eres el responsable. Entonces ya no puede haber culpabilidad.
Si no vas a hacerlo, explica a la persona por qué no lo haces. Y explícalo sin ira, porque la ira sólo demuestra que eres débil, que real­mente no tienes una respuesta inteligente. La ira siempre es una señal de debilidad. Explícalo todo sencilla y llanamente; quizá la otra persona descubra que tienes razón y te lo agradezca. O quizá tenga mejores razo­nes que tú; entonces te sentirás agradecido porque ha elevado tu nivel de consciencia.
Usa cada oportunidad en la vida para aumentar tu inteligencia, tu consciencia.
Habitualmente lo que hacemos es aprovechar todas las oportunida­des para crearnos un infierno.  estás sufriendo solo, y como sufres, haces que los demás también sufran. Como hay tanta gente viviendo junta y como todos alimentan el sufrimiento mutuo, se va multiplican­do. Así es como todo el mundo se ha convertido en un infierno.
Pero la situación puede cambiar instantáneamente.
Basta con entender el elemento básico: sin inteligencia no hay cielo".



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