«En vez de defender la causa de su pueblo de manera incondicional, Arendt se puso a reflexionar, investigar y debatir. En palabras de Aristóteles, en vez de limitarse a ser una "historiadora", Arendt se convirtió en "poeta".»
«Una teórica política brillante que se negó a que la denominaran filósofa, una mujer que nunca consideró su género un obstáculo en su vida, una judía que fue (y todavía es) llamada antisemita por su retrato controversial de Eichmann, una pensadora rigurosa que escribió y enseñó apasionadamente sobre el amor y el odio.» Kathleen B. Jones, LA Review of Books
¿ Qué podemos aprender de la película Hannah Arendt ?
La revista The New Yorker encargó a Hannah Arendt que cubriera el reportaje del juicio que contra Eichmann iba a comenzar en Jerusalén en agosto de 1961 (y que terminó con su ahorcamiento en junio de 1962). Arendt iba dispuesta a encontrarse con una bestia sanguinaria, un criminal de la peor especie con el cerebro lavado por la propaganda nazi. Pero no fue esto lo que vio: ante ella compareció un burócrata de presencia nada intimidante, que decía no sentirse culpable de los crímenes que se le imputaban, y lo decía con toda sinceridad, acudiendo a dos argumentos principales:
1. Él no tenía nada contra los judíos (incluso admiraba a los sionistas) y se limitó a cumplir las órdenes de sus superiores, que tenían fuerza de ley en aquellos oscuros años.
2. Había en lo del exterminio judío una división del trabajo, y su responsabilidad terminaba cuando se cercioraba de que los judíos que se encaminaban a los campos de exterminio habían cogido sus trenes. Lo que sucediera a partir de ahí no era de su incumbencia.
Arendt se percató de que la defensa de Eichmann era sólida y creíble. Había hecho cosas malas pero no era una persona mala. No había tenido intención de causar daño a nadie, y la intención es un elemento esencial para juzgar moralmente una acción (y es una atenuante en los juicios penales). El comportamiento de Eichmann se explicaba mejor por influencias externas (el peso de la autoridad a que estaba sujeto) que por causas internas (convicciones ideológicas, propósito de acabar con la raza judía). Y así lo defendió valientemente Arendt en los artículos que fue enviando a The New Yorker (y que se plasmaron después en su libro «Eichmann en Jerusalén»), y que le ganaron una casi universal antipatía, pues los lectores pensaban que Arendt estaba exonerando a Eichmann de la culpa por sus crímenes, cuando lo único que hacía la filósofa era defender una versión más profunda y ajustada a los hechos de lo ocurrido con Adolf Eichmann.
Por esas mismas fechas, y de manera independiente, el psicólogo social Stanley Milgram probó, mediante una serie de resonantes experimentos que tuvieron lugar en la Universidad de Yale, lo que Arendt mantenía: que se puede hacer daño a otra persona, no a propósito, sino por el simple peso del sometimiento a la autoridad. Y que la mayor parte de la gente, emplazada entre escoger la obediencia a sus principios morales o la obediencia a la autoridad externa, opta por esto último. Un recado inquietante, qué duda cabe, y que Eichmann ejemplificaba a la perfección.
De modo que Hannah Arendt, sin percatarse de ello, había adoptado el punto de vista de una psicóloga social, que concede mayor peso al poder de la situación para explicar una conducta que a las predisposiciones internas.
En esta interesante y muy lúcida película de Margarette von Trotta se intercalan, a modo de miradas retrospectivas, secuencias sobre la relación de alumna y amante que Arendt mantuvo con Martin Heidegger, el oscuro (en todos los sentidos de la palabra) filósofo alemán. Estos «flashbacks» son perfectamente prescindibles y no añaden nada a la película (aunque por otra parte parecía obligado aludir a este famoso episodio de la vida de Hannah Arendt).
En suma, una película muy interesante y que vale la pena contemplar más de una vez.
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